viernes, 29 de abril de 2016

¿Qué le debemos a la sociedad?

Parece estar de moda en la actualidad una máxima del derecho como es permittiur quod non prohibetur, esto es, que se presume que está permitido lo que no está prohibido. De hecho, es frecuente que cuando se plantea alguna situación en la que una persona está realizando una conducta negativa para la sociedad y se le recrimina, conteste que no hay ley que prohíba sus actos. Lo primero que hay que señalar es que estamos ante una máxima de Kelsen, principal promotor del positivismo jurídico. Al margen de consideraciones que exceden de este artículo sobre lo acertado o no de este planteamiento positivista, queremos destacar que su formulación es incompleta. Vamos a tratar de exponer las razones de esta afirmación.
Por un lado, como se desprende de la máxima, solamente se podría negar a una persona realizar una acción, si la misma se encuentra expresamente prevista en una norma prohibitiva. Por lo tanto, deja fuera el ámbito de lo exigido, aunque no prohibido. Así, olvida la clasificación de normas jurídicas donde dentro de las normas prescriptivas se distingue, entre otras, entre leyes imperativas y prohibitivas. Solamente contempla como posible las normas prohibitivas.
Por otro lado y siguiendo con la argumentación, si no se quiere entrar en una contradicción, al señalar que algo es exigido o permitido, no puede estar al mismo tiempo prohibido. Por lo tanto, podría llegarse a una situación en la que la ley exija una determinada conducta y por aplicación de esta máxima se justificara su no cumplimiento por no estar expresamente prohibido. Por todo ello, como ha quedado de manifiesto, la citada máxima es, en sí misma, incompleta y, por tanto, insuficiente para argumentar una posición que quiera ser mínimamente razonable.
Al margen de todo lo expuesto, consideramos que esta argumentación procede de una incorrecta manera de entender la sociedad y la posición que ocupan dentro de ella las diferentes personas. No creemos que a la sociedad le debamos únicamente la obediencia a las normas, pues tenemos que tener cierta lealtad con la misma. Puede haber conductas que no se encuentren expresamente prohibidas que dañen a la sociedad y otras que no estén prescritas como obligatorias que sean beneficiosas para la misma. Desde nuestra particular concepción de lo que una sociedad debe ser, además de obedecer las normas, las personas se tendrían que abstener de realizar aquellos actos contrarios al bien común no prohibidos y realizar otros positivos para el mismo no prescritos.

Estamos de acuerdo en que la sociedad debe realizar un esfuerzo por respetar nuestra particular forma de estar en el mundo, pero esto debe ser recíproco, esto es, también las personas debemos realizarlo en pro de la sociedad. Basta ya de entender la comunidad política como un extraño, o peor, como un enemigo. La sociedad la formamos todos y cada uno de nosotros y como algo propio debemos tratarla. Igual que cuidamos nuestros bienes debemos hacerlo con nuestra comunidad.

Siguiendo el hilo de lo señalado, tampoco compartimos la visión de la mayoría sobre lo público. En este sentido, son dos las posiciones que pueden mantenerse a este respecto. La primera y seguida por la mayoría, es la de considerar lo público como una extensión de lo privado de cada persona. Ello deriva de una mala interpretación de lo más arriba señalado, esto es, que la comunidad y todo lo que la rodea es algo propio de cada particular. Que los bienes públicos sean de todos y que debamos usarlos como tales, no significa que sean nuestros, pues son tan nuestros como del resto. Y esto no es más que la aplicación general de que nuestros derechos terminan donde comienzan los de los demás. Así, la segunda posición y que compartimos, señala que los bienes públicos son de todos y, por tanto, deben utilizarse de tal modo que no impida o perturbe el uso de los mismos del resto, pues al fin y al cabo, son de todos.

Concluimos que la actitud de las personas hacia la sociedad y sus bienes y, en definitiva, hacia el resto de personas individual o colectivamente consideradas debería ser la de honeste vivere, neminem laedere, suum cuique tribuere, esto es, vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada uno lo suyo. De esta forma, se evitarían situaciones en las que las personas realizasen un mal uso de los bienes colectivos o de un tercero, pues se estaría dañando al otro y se le estaría privando de lo suyo, lo que le corresponde, su derecho. No se entienda esta posición como una justificación del status quo, pues repárese en que, como más arriba se ha referenciado, también la sociedad debe llevar a cabo una tarea de tratar de integrar a todas las personas en su interior, pero ello no puede llevarse al extremo de que pueda realizarse todo lo que se quiera. Vivimos con más personas, donde gobierna la democracia y queramos o no, la decisión de la mayoría, siempre sin abusar de las minorías, es la que impera. Tratar de defender una posición desde la que se quiera hacer ver que las personas son libres de hacer todo lo que les plazca es negar la propia comunidad política y, por tanto, un retroceso en lo que hoy en día es la propia forma de vivir. Como ya señaló Aristóteles, el hombre es social por naturaleza y así se han desarrollado los actuales Estados, en sociedad, pero ello implica ciertas limitaciones que algún sector parece no comprender.

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