La discusión acerca del
fundamento del Derecho y de la justicia puede producir, en ciertas ocasiones,
situaciones de conflicto entre dos escuelas. En realidad ha sido así durante
muchos años. Como en muchos ámbitos del Derecho, existen corrientes doctrinales
enfrentadas. Sin embargo, la discusión en este ámbito adquiere ciertos tintes sui generis, ya que, por una razón que
se me escapa, he observado acalorados y excesivos debates.
Como se ha tenido ocasión de
destacar en otros textos, el objeto central de análisis de ambas es el mismo:
alcanzar a conocer el fundamento del derecho y de la justicia. Para los
positivistas –sin entrar a fondo en las diferentes tesis de su teoría– los
elementos centrales del derecho del derecho pueden resumirse en tres: el carácter
normativo del mismo, su vertiente social y la fuerte importancia del análisis
empírico, esto es, la cientificidad del ámbito jurídico. Por su parte, los
naturalistas focalizaban su atención en un fundamento del Derecho natural, es decir, que podía descubrirse,
a través de la razón y de forma intuitiva
–entendida como aquellas verdades que no precisan de explicación ulterior
porque son evidentes en sí mismas–, la esencia del mismo. Para comprenderlo
mejor hay que tener en cuenta que desde esta postura aristotélica o tomista, el
Derecho aparece como el objeto de la justicia, esto es, lo justo, lo que le corresponde. Por lo tanto, esta tarea puramente
intelectual permitía establecer unos cánones ideales de lo que debe ser
al margen del Derecho positivo basados en unos derechos de carácter natural que
todos los seres humanos disponen y deben serle respetados.
Aunque parezca una discusión
banal, meramente teórica, lo cierto es que en la actualidad sigue teniendo
total vigencia. Y ello, porque el tema encierra más relevancia de la que a priori puede parecer que tenga. Hay
autores que señalan que ya no cabe hoy en día continuar en estos términos y se
proclaman como descubridores de la verdad señalando que su teoría supera estas
disquisiciones que, en realidad, no tienen mucho sentido. Critican a cualquier
persona que defienda, al menos parcialmente, algunas tesis naturalistas. Ellos,
como no podría ser de otra forma, son defensores de la verdad real, de la
empírica, de la constatable. De esta forma, muchos se hacen llamar
postpositivistas para dejar claro que hay que rechazar todo naturalismo en el
Derecho.
No queremos con ello
generalizar a todos los autores que se enmarcan en esta línea, pero sí poner de
manifiesto que algunos de ellos se regodean y no admiten réplica para rebatir
su posición. De hecho, por desgracia, me ha tocado vivir una de estas
situaciones en primera persona.
Muchas de las críticas que
se hacen al naturalismo es su exceso de idealismo, llegando incluso a
relacionarlo con posiciones teológicas. Así, señalan que sus posiciones son
casi dogmas en los que sólo cabe creer o no creer. Para ello, utilizan una
división en diferentes mundos –que no vamos a reiterar aquí por ser obvia,
repetitiva e innecesaria– en la que vienen a indicar que hay un mundo cultural,
donde todo es creación humana y un mundo puramente biológico. Por lo tanto,
para ellos, no es posible trasladar cuestiones de uno de ellos a otro, es
decir, el Derecho sería algo cultural, creado y no es posible que existan
exigencias biológicas en él, ni cuestiones culturales en lo biológico.
Además, critican el término
neoconstitucionalismo por varios motivos. Primero, porque señalan que en nunca
ha habido un constitucionalismo jurídico anterior, por lo que sin paleo no puede existir neo. Así, indican que, en realidad, lo
que había antes era un constitucionalismo político, por lo que hablar de
neoconstitucionalismo jurídico difumina la realidad. Para ellos, tras este
término se esconde una oscura intención de desvirtuar la realidad por los
positivistas, de tal forma que en realidad el constitucionalismo sería pura
ideología –política–.
Dejando al margen lo que de
cierto puedan tener todas estas afirmaciones, lo cierto es que, en realidad, lo
que no se puede seguir siendo hoy en día es positivista –o al menos de forma
coherente–. Y ello, porque si nos fijamos en el análisis de sus tesis básicas,
rápidamente percibimos que han rechazado a todas ellas, por lo que seguir
siendo positivista pasa por ser, en realidad, una cuestión de egos no
resueltos. Es cierto que tampoco un naturalismo extremo lleva a buen puerto,
pues tienen parte de razón al calificarlo de dogma. Por ello, lo más adecuado
es analizar la realidad en su totalidad, sin deformaciones y tratar de
describir –por una vez– los elementos del Derecho sin reduccionismos ni
“equipos” de por medio, pues de otra forma también se difumina la diferencia
entre un político –que no politólogo– y un jurista –que no abogado–.
Rechazar la dimensión
normativa y social es absurdo, pero también lo es pensar que son las únicas
existentes. Realmente creemos que podemos hablar de un fundamento material del
Derecho y de la justicia desgajado de las normas y del análisis empírico.
Quizás sea también una cuestión de ego el continuar llamándonos científicos, el
llamar a nuestra disciplina Ciencias Jurídicas y Sociales. No somos
científicos. No debemos limitarnos a describir. Tenemos que interpretar y ello
significa dar la mejor versión de algo según las posibilidades de cada uno. Por
ello, los más escépticos que desconfían del Derecho natural y que señalan que
podría acabarse con los derechos –humanos o fundamentales– en cualquier
momento, deberían temer más que ello ocurriera en realidad. Claro que las cosas
pueden cambiar, que todos podemos volvernos locos en algún momento y echar por
la borda todo lo conseguido, tanto esfuerzo. Para decir eso no hace falta ser
jurista, hasta un lego es capaz de darse cuenta. Pero por eso mismo preferimos
seguir destacando esa vertiente de Derecho natural, para cubrirnos ante estas
situaciones. De hecho, algo parecido fue lo que debieron pensar los
constituyentes en 1978 para blindar la modificación de la parte referida a los
derechos fundamentales.
No nos importa que continúen
tachándonos de teólogos, idealistas o adoctrinadores. Que somos ciegos que no
queremos ver la realidad. Pues quizás preferimos continuar destrozándonos los
ojos por no ver lo que otros están haciendo. Quizás preferimos seguir
utilizando nuestras gafas que no nos permiten descubrir su verdad. Por lo menos
no queremos ser los que les den la fundamentación y le permitan hacerlo. Cada
uno debe sentirse tranquilo consigo mismo y tener la conciencia tranquila y
nosotros no podríamos hacerlo diciendo que el Derecho nazi era tan Derecho como
el constitucional –o neoconstitucional– actual. Preferimos seguir señalando que
eso es deformación de la realidad, del Derecho, del que sólo conserva la
apariencia. Pues una sociedad en la que las personas no tengan derechos, no dispongan
de libertades, de dignidad, no es más que una suerte de a-sociedad y
anti-sociedad, pues los individuos no se pueden integrar adecuadamente a ella y
no se puede vivir de forma correcta. De hecho, si es una mera creencia como
señalan, hagamos que todos la crean, que nunca cambie y que podamos seguir
disfrutando de lo que hoy tenemos.
¿De qué se nos acusa? ¿De
idealistas? Si es así, asumimos con gusto los cargos. Preferimos seguir
siéndolo a ser defensores del statu quo,
de la legalidad vigente o de las injusticias.
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